La mujer camina silenciosamente entre las cuatro paredes. Sin esfuerzo alguno, el silencio se ha apoderado de sus pasos y gestos. Algunas veces podría confundírsela con un fantasma. Sus pasos casi imperceptibles anuncian que no lo es: es solo silencio. Una mujer, una persona silenciosa. Un ser que ama el silencio. Alguien que se ha rodeado de silencio y de líneas.
A decir de Sartre, “no se tiene la costumbre de mostrar el alma en sociedad sin un motivo imperioso (…)”. Esta mujer que está ante ti ha hecho de “mostrar el alma en sociedad” su modo de estar en el mundo. Lo llama escritura del yo, escritura watashi, y sí, ella tiene un motivo imperioso: escribir.
Escribe del yo porque es el trozo de universo que mejor conoce, porque cree que la primera persona es la manera más directa de hablar de lo que nos rodea, tan en constante mutación.
Y escribe porque es lo único que calma su angustia, lo que le da fuerzas para levantarse en la mañana e incluso salir a la calle. Desde que se dio cuenta de esto, ya no importa si es bueno o malo, si gusta o no, si se acerca a algún género literario o cada día está más lejos. O siquiera si puede considerarse literario. Solo importa decir, expresarse. “Ni un día sin una línea” es su credo.
Si alguien le preguntara de qué escribe, respondería que escribe sobre lo intrascendente, sobre esas cosas que la gente deja de ver por pequeñas o porque no parecen tener un lugar en su mundo. Esas son precisamente las cosas que le importan, las que le causan asombro, porque la vida no está hecha de grandilocuencias, sino de detalles que se suman, bellezas diminutas que pueden cambiar el día, de hoy y de mañana.
Casi nada escapa a la mirada curiosa del sujeto que abraza el asombro, como ella. No hay temas desdeñables, no hay acontecimiento demasiado insignificante como para no merecer unas líneas. Pero sobre todo no hay interlocutor demasiado lejano. Venga, hablemos de los sueños y también de los posibles, de las obsesiones, de lo que fue, de lo que aún puede ser, de los recónditos amores de una mujer –solitaria o no–, de sus más entrañables alucinaciones amorosas. Detengámonos especialmente en los guiños de la vida. Juguemos a que opinar y escribir pueden remendar el mundo una palabra a la vez.