Mis días transcurren entre keywords. Algunas veces pienso en palabras clave, pero el término no es tan expresivo. No son palabras que abren puertas, ni siquiera ventanas, diría yo, como lo hacen las keywords (o los, ¿cómo se puede saber?), que son palabras llave. Quizás sea verdad aquello de que cada lengua echa en falta otras lenguas, que cada idioma tiene un vocablo que nombra algo de una manera tan precisa que es un desperdicio no usarlo en otras lenguas. Si pudiéramos unir todas esas palabras únicas, crearíamos una sola lengua con todos los términos perfectos que existen en el mundo. Una suerte de esperanto en versión optimizada.
No estoy segura de que al algoritmo le guste esa idea, sin embargo, porque últimamente está empeñado en la corrección y las masas, dos conceptos que casi nunca se han llevado bien. Pero qué le importa, el algoritmo se vuelve cada vez más exigente y exquisito. Quiere que algo se encuentre rápido y se lea bien. Tampoco le gustan los sitios con errores ni demasiada creatividad lingüística. Puede todo estar muy optimizado, con todas las keywords del mundo, que si tiene errores el exquisito logaritmo pasará de largo. Así es como un día me programó para ir por la vida con mi ojo entrenado para cazar erratas y usar keywords.
Y en el medio de todo se encuentra mi español, que ya no es lo que era. Mi español es un amasijo de palabras que con frecuencia suenan a glosario. Es mi lengua materna, sí, esa en la que pienso durante las mayores tristezas o alegrías, pero ya no es mi lengua del día a día. Tengo otras dos en las que pienso a cada momento, aun sin advertirlo. Y últimamente, cuando ando muy descuidada, que no es tan infrecuente como quisiera creer, aparece mi lengua de juventud, aquella que amaba con pasión adolescente, pero que nunca me supo amar, la muy ingrata. Se me cuela un que sais-je, tu rêves, ne rêve pas trop.
Vivo, y algunas veces pienso, en tres idiomas: español, inglés y hebreo. No es una gran cosa, vivo en un país de gente venida de todas partes que suelen hablar distintas lenguas. Lo particular es que soy yo, que solo yo puedo estar en mi lugar. Lo que sea que esto quiera decir.
Mi español es, como diría algún escritor de cuyo nombre no puedo acordarme, del tipo Frankenstein. Una mezcla de modismos de aquí y de allá junto con el catálogo de palabras que saco de mis lecturas de diccionarios –una de mis aficiones favoritas–. Un día me di cuenta de que mi español es mío y que al algoritmo le gusta ese español de ninguna parte. Le parece que mi deseo de una lengua perfecta por ahora puede llenarse con ese español Frankenstein. Así que ha decidido que soy buena en eso de abrir puertas con palabras, digo, con keywords, y me encontró una buena ocupación para ganarme la vida. Gracias, algoritmo, por los favores recibidos.
«Autenticidad es una de las mentiras fundacionales de la modernidad».
Henry Louis Gates