Alegrarte por el otro te salva de ti mismo

He sufrido tristezas profundas desde los 13 años, incluso postradoras en algunas épocas. Ahora prefiero llamarlas ‘tristeza’ pero alguna vez usé el término médico ‘depresión’. El cambio de nombre lo hace menos aterrador, menos físico, más factible de controlar.

A menudo cuando estás en esos tiempos todo se torna sombrío. Alguna vez comparé esa sensación de foso con un velo negro que te cubre de la cabeza a los pies. Cuando puedes, te das un baño largo y el velo desaparece por un rato. (Cuando puedes, porque las más de las veces ocuparte de ti mismo en un reto demasiado exigente.) Pero no pasa mucho tiempo para que regrese esa sensación física de estar cubierta por algo tan sutil que es imposible tocarlo.

Cuando estás en esos tiempos, no es posible ver nada bueno a tu alrededor. Puedes encontrar el lado oscuro en cualquier cosa que te suceda. También vas atrayendo situaciones y gentes que concuerdan con ese estado de ánimo. No puede ser de otra manera. Y aun si atrajeras algo brillante, no podrías reconocerlo.

Como he tenido que convivir con esto la mayor parte de mi vida, he ido encontrando estrategias para lidiar con esta íntima sensación de que nada vale nada que se me presenta cada cierto tiempo. Y de paso para protegerme de mí misma. Ha habido mucho ensayo y error, como puede imaginarse.

En algún momento me prometí que me iba a aferrar a una cosa como si mi vida dependiera de ella, porque era verdad. Decidí que, sin importar mi estado interior, siempre iba a alegrarme por los logros ajenos. Fue una decisión consciente de algo que ya estaba en mí, debo aclararlo, modestia aparte. Esto me ha mantenido, no solo alejada de la envidia y los celos, sino además, en un plano mucho más práctico, dispuesta a no dejarme llevar por los ánimos oscuros. Después de todo, si uno se alegra por el otro siempre va a encontrar razones para contentarse, porque con cierta frecuencia a la gente le ocurren cosas buenas.

Cuando estás en esos tiempos grises es tentador dejar que tu ojo malo encuentre vileza incluso en los pequeños logros de tus más allegados. Una palabra de orgullo, la sana actitud de compartir las alegrías o incluso el buen ánimo ajeno podrían lanzarte a un pozo de resentimiento. No puedes ver la alegría del otro como un acto natural sino como un ataque personal.

Cuando decides conscientemente que, sin importar lo que estés viviendo, vas a alegrarte por el otro, no solo te aseguras una casi infinita fuente de alegrías que potencialmente podrían rescatarte. Además entrenas tu ojo para percibir luz, contentura, inspiración… salidas. Empatía.

Y no es muy extraño que en una de esas la alegría del otro y por el otro te rescate de ti mismo.

Por Fanny Díaz