Presiento que muy en lo profundo de mi alma anida una coleccionista frustrada: no puedo negar la fascinación que despiertan en mí ciertas cosas inútiles, una al lado de otra, como multiplicadas en un trompe-l’oeil. Me atraen en especial esas cosas mínimas que venden en ciertas tiendas, aunque raramente he podido darme el lujo, pues parece que en muchos sentidos la curiosidad se paga caro. Sin embargo, entre mi tendencia a acumular y mi alma trashumante, ganó esta última.
Empacar es uno de mis secretos placeres; botar, es otro de ellos. Diría que así como hay gente que se dedica a guardar, yo amo tirar cosas a la basura. Cualquier excusa es aceptable a la hora de deshacerme de ellas: un rayón, un mal recuerdo, falta de espacio, la idea de que quien la consiga sabrá apreciarla más que yo… O sea… Nada tan satisfactorio como botar. Tengo la firme creencia de que nadie debería tener más cosas de las que pueda poner en un morral, y aunque mis cosas sobrepasan con mucho ese límite, espero lograrlo algún día.
De un amigo dueño de una tienda de antigüedades aprendí ciertas diferencias: cuando algún cliente le llega con un objeto de dudosa data, mi amigo estira sus largas piernas, pone un dedo sobre la “pieza” y masculla algo así como “hay que aprender a distinguir entre lo antiguo y lo viejo”, y acto seguido vuelve a lo suyo como si nada. Luego de presenciar aquello, no creo que a nadie medianamente digno se le ocurriría seguir en la manía de acumular cosas sin ton ni son.
A cambio de eso, para contentar mi alma de coleccionista y de paso nómada, me ha dado por acumular mudanzas (y sus coletillas, como bolsos, números de teléfonos, vecinos y manicuristas). Tal como imagino que hacen los grandes coleccionistas, de arte, por ejemplo, de vez en cuando reviso mi serie. Uno de estos días caí en la cuenta de que hace mucho no me mudo, ni viajo, ni aun siquiera hago una simulación de empacar. ¿Estarán languideciendo mis sueños de morral?
Alguna vez leí, en uno de esos textos que a la gente le da por atribuir a cualquier autor conocido, que una escritora inglesa planeaba pasar su vejez coleccionando objetos inútiles, como lápices, bolígrafos y cosas en cajas.
A mí esto me daría pánico: querrá decir que mis sueños de convertirme en una Marco Polo del siglo XXI habrán quedado enterrados en una pila de objetos inservibles. Por eso me preparo para el día en que tenga el valor de poner en práctica mis creencias, reducirlo todo a un morral y tener mi email como única dirección conocida…