Uno de los mayores logros de nuestro tiempo es llegar a convertirse en una estrella de los medios sociales. Llámese youtuber, instagrammer o simplemente influencer, estos personajes definen nuestra idea de éxito: masivo y frenético. El principal y nada simple requisito para ello es ser capaz de marcar tendencias (trendsetting).
Ellos definen incluso nuestras más recónditas aspiraciones. Que lance la primera piedra quien no haya querido ser un influencer aunque sea por un segundo. Cada vez que alguien sube una foto a Instagram no está precisamente aspirando a mantenerse anónimo. Y los modelos a seguir no podrían estar mejor establecidos.
Hay algunos tan influyentes, como la bloguera italiana Chiara Ferragni, que han llegado a convertirse en casos de estudio de Harvard Business School. Porque una de las exigencias tácitas de este éxito debe ser el ascenso más o menos meteórico, no solo de la figura pública, sino especialmente de las posibilidades de monetizar su red de influencia.
Para mí, uno de los aspectos fascinantes de esta nueva casta de triunfadores es su capacidad de innovar para mantenernos en vilo esperando el próximo post, incluso si solo se trata de la nueva fragancia favorita o una simple visita al parque. ¿Cómo lo hacen? Hay fórmulas, claro está, pero no todo el que las aplica obtiene esos resultados. De ahí el fugaz encanto de los influencers.
El mundo de los medios sociales es un universo de lo efímero. La idea no es permanecer, sino estar en la cima aunque sea por un instante. Hoy cada uno de nosotros puede vivir los quince minutos de fama que vaticinó Andy Warhol. Los de la talla de Chiara Ferragni son escasos; para comenzar, ella es originalmente una bloguera y por tanto pertenece a lo que pudiéramos ya considerar el estadio clásico de las redes sociales. Pero nadie puede saber si en medio de tantas mutaciones se produce una gran mutación: quizá alguien decida que quiere quedarse y logre resolver la paradoja de hacer que lo efímero perdure. Es decir, usar la innovación constante para permanecer, hacer de lo momentáneo un clásico, en fin, convertir el trendsetting en la quintaesencia de las tendencias.
A lo largo de la historia, la actividad creadora ha mantenido como referencia la idea de las “generaciones futuras” como potencial receptáculo, o al menos eso es lo que nos han hecho creer. Mi pregunta es qué deberían hacer la literatura, el arte y el diseño, no ya los influencers, para pertenecer a esta generación de consumo instantáneo y desecho y a la vez concebir creaciones que traspasen el tiempo. Por supuesto, no tengo la respuesta. Quizá realmente el futuro ya debería dejar de importar, o más bien, como creía la generación punk, no hay futuro y la mejor alternativa es vivir en presente continuo.