
A decir de Sartre, «no se tiene la costumbre de mostrar el alma en sociedad sin un motivo imperioso (…)». Suena bien, suena a un buen jalón de oreja para tiempos tan poco pudorosos como los nuestros. Pero obviamente el filósofo vivía en otra época, con diferentes maneras de mostrarse, quizás con menos medios para esa exhibición, aunque Sartre y compañía bien que los supieron aprovechar. Supongo que sus buenos motivos tendrían.
En nuestros días, «mostrar el alma» es el gran tema y la mejor excusa para desnudarnos en público. Se diría que es un fin en sí mismo, hablando en términos filosóficos. Aunque exhibirse no siempre es sinónimo de mostrar el alma, contar la propia historia, contarse uno mismo, se le acerca.
Como soy hija de mi tiempo y además me gustan los tiempos que corren, con sus brillos y sombras, utilizo con fruición y entusiasmo los medios que tenemos. He hecho de mí misma, sin pudor alguno, el tema casi único de mi escritura. Escribir en primera persona y escribir sobre mi manera de estar en el mundo se ha convertido en mi marca de agua.
Para simplificar la discusión, tomemos escribir sobre uno mismo como sinónimo de ‘mostrarse’, sino toda el alma, porque no siempre habrá un «motivo imperioso», al menos ciertos retazos. Me parece una manera de llegar a otros que tienen un alma parecida, o que simplemente les gusta hurgar en el alma ajena. Quizás seamos una época sin pudor, como alguna vez me pareció, pero creo que eso es mejor que ignorar al otro, o esconderse.
Sé que escribir en primera persona no siempre es sinónimo de hablar de uno mismo, o ser transparente, o mostrar el alma, pero creo que casi siempre es una buena manera de llevar al lector a un terreno común. Hay quienes llegan a decir, como el escritor colombiano Fernando Vallejo, que «en nuestra época solo es posible la literatura en primera persona». Porque hoy sabemos que el yo es el centro del mundo. De todas formas, la razón no importa tanto; la relación entre el que escribe y el que lee sí importa, y mucho.
Y esa relación –ya sea de empatía o inmediato rechazo– entre escritor y lector se hace más tangible en la red. Quienes escribimos para publicar en internet sabemos que el lector está a solo un clic de nosotros. No somos intocables. No somos trascendentes. No necesitamos ningún motivo imperioso más allá de querer crear, decir, comunicarnos.
Lo que más me gusta de publicar en la red es que ha desaparecido la necesidad de trascendencia, la presión del negro sobre blanco, de la Literatura, con mayúsculas. Simplemente la palabra sale. Sé que mi texto estará un tiempo en «primera plana» y después ya casi nadie lo releerá. Si alguien quisiera encontrarlo, realmente sería muy fácil. Solo tendría que recordar una frase o al menos una palabra, meterla en el buscador y allí estará… Pero para entonces habrá un texto nuevo y ¿qué sentido tiene volver al anterior? Para quienes no podemos vivir sin escribir, se trata de la única dictadura maravillosa.
En la red todo pasa rápido, casi todo cambia constantemente. Como en todo, quedarán especialmente los que perseveran en el ser, como dice Spinoza. Con sus retazos de alma.





Replica a Fanny Díaz Cancelar la respuesta