La primera vez que escuché la delicada voz de la cantante repetir «Cuando amaso me siento mujer» pensé que estaba ironizando. Pero luego la letra se tornó en un canto a las distintas generaciones de mujeres, es decir, a la cadena de la que formamos parte, y a nuestra capacidad de crear, simbolizada por la jalá, el pan de Shabat. Un canto a la bendición que implica el dar y a nuestra inclinación a cuidar de otros.
Para mi sorpresa, lejos de parecerme retrógrada, esa posición ante la vida se me hace tremendamente irreverente en estos tiempos en que ser «anticonvencional» se volvió convencional.
Pertenezco a una generación que creció bajo el desprecio a la feminidad «tradicional», a esa mujer que amasa. Fuimos mujeres educadas para preferir la escalera corporativa a la familia. La verdad es que, paradójicamente, tampoco tuvimos mucha libertad para escoger. Y no es que me queje de la parte que me tocó, al contrario, tengo plena conciencia de que somos privilegiadas al tener una voz que generaciones anteriores no tuvieron.
Pero todo tiene un precio. Alguna vez escuché a una mujer mayor que yo decir que esperaba que mi generación, y otras posteriores, entendiéramos que si el precio que hubo que pagar para que la mujer dejara de ser esclava era la disolución de la familia, estaba bien pagado.
Entonces no entendí a qué se llamaba esclavitud femenina, porque para cuando nací las mujeres podían votar, estudiar, trabajar, salir y entrar cuando y como les daba la gana. La mayoría de las mujeres a mi alrededor eran profesionales, liberales y «liberadas», independientes, o al menos lo parecían. (Por supuesto, tampoco ignoro que pertenezco a un grupo social que tenía la educación como valor mayor, y lo que para nosotros era normal no era de ninguna forma el denominador común del resto de la sociedad.) Sin embargo, siempre se me hizo saber que ese lugar tuvimos que lucharlo, que para llegar allí habíamos tenido que pagar un precio muy alto. Que toda esa libertad había que cuidarla, no podía darse por sentada, y sin duda todavía quedaba mucho por lograr.
Pasadas algunas décadas, sigo sin poder evitar preguntarme si ese era el precio a pagar. Si realmente cuidar a los hijos, amasar, era sinónimo de ser esclava. Si renunciar a esa feminidad era el único camino.
Hoy, cuando en la mayor parte del mundo las mujeres han alcanzado un lugar ni siquiera soñado por nuestras bisabuelas, me entristece el desprecio hacia nuestra parte dadora. Me parece innecesaria la batalla contra el hombre, la imposibilidad para crear juntos que vemos por casi todos lados.
Paradoja tras paradoja, algunas de mis amigas y yo hemos «vuelto» a querer tejer y bordar y poner la mesa en su santo lugar. Hemos comenzado a hacer esas cosas que nunca hicimos, porque para cuando nosotras crecíamos ya no estaba bien visto enseñarlas a las niñas. Buscamos en YouTube tutoriales de tejido y bordado, de cocina, de amasado de pan. Curiosamente, la mayoría de las que producen esos contenidos son mucho más jóvenes que nosotras. Y eso, que parece una superficialidad, hoy es un símbolo de rebeldía ante una feminidad que se declara enemiga del otro, que cercena la condición nutricia de la mujer.
Me hubiera gustado que conserváramos esa energía femenina «generaciones tras generaciones», que no hubiéramos tenido que destruirlo todo para llegar a donde estamos. No sé bien qué lugar es, pero aquí estamos, y somos escuchadas. Creo firmemente que somos escuchadas, a pesar del famoso techo de cristal o la brecha salarial. Pero la vida es como es y no como deseamos que sea.
Doy gracias a las mujeres que vinieron antes que yo y abrieron el camino para que disfrutemos las libertades que hoy tenemos. Tal como me enseñaron, es necesario que no demos por sentadas esas libertades y opciones. Hay que cuidarlas, hay que renovarlas, hay que contextualizarlas.
Pero también me gustaría que las futuras generaciones de mujeres pudieran escoger, que pudieran expresar libremente su feminidad, o redefinirla. Que tuvieran raíces y pudieran mirar hacia atrás. Me gustaría que las mujeres pudieran decir sin avergonzarse que «Cuando amaso me siento mujer». Me gustaría que ella siguiera siendo un pronombre.
Por Fanny Díaz
Canción que dio pie a este texto
«Cuando amaso»
«כשאני לשה»
Cuando amaso me siento mujer
Mujer entre muchas mujeres
Madres mías
Generaciones tras generaciones
Que rezaron por mí
Que rezan.
Me permito llorar
Atrapo los pensamientos
Dónde me encuentro
Dónde me perdí
Qué es tan duro
Qué es tan verdadero
Y rezar por eso.
Cuando amaso quiero que salga delicioso
Para ti y para mí y para los niños
Que Dios nos dé fuerza
Que nos envíe bendiciones
Por la incertidumbre
Por el calor
Que nos envíe jalot (panes de Shabat)
Por la oscuridad.
Letra y música: Noa Gino
Es bueno ser libre para poder elegir. No me gustan las imposiciones, vengan de donde vengan.
El poema es muy bonito.
Un saludo
¡Exactamente! Gracias por la visita, usoa. Me hizo mucha ilusión
Fanny, Hemos avanzado mucho pero aún queda mucho por hacer, especialmente para las mujeres que viven en países pobres, religiosos y totalitarios. Gracias por una buena lectura 🙏🏽.
Cierto Carmit, falta mucho, especialmente en esos lugares que dices. Pero creo que no se resolverá con la lucha a muerte contra los hombres ni cancelando nuestro lado «femenino». ¡Gracias por la visita! Como siempre, un placer leer tus comentarios
Saludos, el artículo es muy reflexivo y hace meditar, y es cierto en ocasiones rechazamos la verdadera libertad para entonces terminar realmente esclavizados. Me vino a la mente mientras leía mis abuelas y bisabuelas, mujeres sabias y de humildad increíble, con un poder para proteger, cuidar y administrar envidiables. Gracias, debemos continuar abonando semillas.
Olga Gloria, gracias por tus palabras, que me hacen reflexionar a mí. Has entendido perfectamente lo que quise decir y sobre todo lo que sentí al escribir este texto. No es que creo que las mujeres tenemos que volver a la condición de no tener voz, pero sí creo que debemos tomar lo mejor del pasado. Y sobre todo, no olvidarnos de ese poder de dar (ya sea intrínseco o cultural, poco importa). No es una vergüenza. Vamos a construir, no a perseguir al otro. «Debemos continuar abonando semillas». Muy bien dicho. ¡Gracias por la visita!