Inspirada por la polémica en torno a la vida del escritor israelí Amos Oz, y la progresiva cancelación de su obra, he comenzado a leer o releer algunos de sus libros más representativos.
Uno de los primeros libros de Amos Oz que intenté leer, hace muchos años, fue la novela Mi querido Mijael (publicada en hebreo en 1968). Por entonces, ahora me doy cuenta, no tenía mucha tolerancia ni paciencia con ciertos personajes. Tampoco parecía tener claro qué buscaba como lectora de ficción. Para decirlo en términos nada literarios, no pude con Jana. Aquella mujer me pareció excesivamente neurótica, cruel y gratuitamente complicada. Y como se trataba de un hombre asumiendo una voz femenina, me pareció también una distorsión de cierta feminidad.
En general, cuando leo ficción no busco lo que el escritor quiso «decir», sino cómo construye su mundo, sus personajes, y las estrategias que usa para sumergirnos en ese mundo y convertirnos en sus cómplices. Aun así, Jana me resultó intratable. Y no me importa decir que intenté leer la novela varias veces y tuve que dejarla.
Esta vez traté de entender que, primero, Jana no es una persona; es un personaje, un constructo, y precisamente una de mis fascinaciones con la literatura es ver cómo se comporta un personaje. Luego, hablando «extraliterariamente», me reconocí intolerante. Porque me imagino que hay gente que puede comportarse como Jana, y con mantenerla alejada de mí bastaría. Pero al menos debería estar abierta a escucharla.
¿Quién es la Jana de Mi querido Mijael?
–¿Qué te inquieta, Jana? No puedo entender qué es lo que te inquieta.
Cuando conoce a Mijael, su marido, Jana es una estudiante –oyente, es decir, no inscrita formalmente– de literatura de la Universidad Hebrea de Jerusalén y maestra de un jardín de infancia en los años cincuenta del siglo XX. Es una joven impulsiva que se casa sin pensarlo mucho con alguien a quien apenas conoce. Tras quedar embarazada a escasos tres meses de matrimonio, tiene que alejarse de su mundo y centrarse en las vidas de su marido y su hijo Yair. Entonces las mujeres tenían pocas opciones, por decir lo menos.
Ella, la tía Jenia, había creído durante toda su vida que la función de la mujer era apoyar a su marido en su carrera hacia el éxito. Sólo en el caso de que el marido no lo consiguiera, debía la mujer emprender un amargo camino y luchar como un hombre en un mundo de hombres. Ése había sido su destino. Estaba feliz de que Mijael no le hubiera dado un destino así a su mujer.
Pero Jana no está feliz con ese destino. Al convertirse en una esposa convencional hace recaer su frustración en su marido, un estudiante de geología básicamente contento y agradecido con la vida.
Jana desprecia a todos y es especialmente cruel con su marido e hijo. Hoy sería tildada de «tóxica» y probablemente considerada una narcisista perversa. Su particular manera de ver el mundo la lleva al extremo de querer manipular a un poeta adolescente para ejercer sobre él un poder que siente –y resiente– perder:
En primer lugar pretendía arrancarle la confesión que le atormentaba. Sabía que me resultaría fácil conseguirlo y que, por lo tanto, disfrutaría una vez más del poder que aún no me había sido arrebatado por completo, a pesar de que el tiempo intentaba corroerlo, desmigajarlo y deshacerlo entre sus dedos pálidos y precisos.
Para mí, Jana es el arquetipo del intelectual frustrado, aquel «artista sin arte» del que hablaba Truman Capote, y además atormentado como requisito para la profundidad intelectual, uno de los grandes mitos del siglo XX.
En uno de nuestros paseos de los sábados nos encontramos con el anciano profesor que me enseñó de joven literatura hebrea. Tras un esfuerzo conmovedor, consiguió recordarme y relacionar mi cara con mi nombre.
–¿Qué sorpresa nos está preparando la señora? –preguntó–. ¿Un libro de poemas?
Lo negué.
Al personaje de Jana se le ha comparado con Madame Bovary, y no es descabellado. Madame Bovary es una joven caprichosa, incapaz de tomar decisiones apropiadas, cuyas consecuencias la llevan al suicidio. Una mujer calculadora, pero no tanto como para entrever su caída. Afortunadamente, es «solo» un personaje. Espero que ningún ser humano se tope con alguien así.
Y no se me malinterprete, Madame Bovary la novela es una cosa; la señora Bovary el personaje es muy otra. Menos mal que Gustave Flaubert escribió esta novela en el siglo XIX, porque es muy probable que hoy no pasara la prueba de la cancelación. Pero volvamos a Jana.
Una de las cosas que más resiento de la Jana de Oz es su constante crítica al entorno sin hacer nada para cambiarlo. Jana no es una pionera, no es feminista, no es ni siquiera irreverente. Es simplemente atormentada. Pero nunca logramos saber el porqué. Solo sabemos que ha hecho de la infelicidad su modo de vida. Quiere más pero no lo busca. A través de toda la novela Jana se dedica a describir su entorno desde una perspectiva gloomy. Ama el «amor y la fuerza» pero solo en su mundo onírico, en la burbuja que se ha creado para tolerar lo que la rodea.
No voy a entrar en la idea de si Jana y Mijael son una reconstrucción ficticia de los padres de Amos Oz. No interesa. Toda recreación es ficción. Jana es Jana, no la madre del autor, aun si el personaje estuviera inspirado en ella. Tampoco me interesa escarbar en la visión de la feminidad que lleva a Amos Oz a crear un personaje de este calibre.
Porque darme cuenta de todos estas posibilidades me revela una de las maravillas de la convención literaria. Todo es posible.
Lo que sí me parece extraordinario de esta novela es la descripción de la Jerusalén en la que habitan Jana y Mijael: los cambios que comienza a experimentar el entonces recién creado Estado de Israel, los movimientos migratorios dentro de los barrios de las ciudades, las migraciones internas y externas. Todas esas transformaciones que no pude apreciar en mis anteriores lecturas. Quizás porque conocer los sitios narrados por un autor da a la lectura literaria otro matiz.
Creo que este cambio de mirada es una muestra de cómo la literatura nos devela el entorno desde donde escribe un autor y nuestra propia percepción. Si uno es lo suficientemente abierto y desprejuiciado puede intentar penetrar los misteriosos espacios donde habitan esos personajes. Puede descubrir mundos. Y finalmente, puede descubrir detalles de uno mismo. Qué le molesta, qué le resulta intolerable, y por qué. Y sobre todo, cómo puede proponerse vencer sus propios prejuicios y de paso, si algo así es posible, los ajenos. Gracias Jana por los favores recibidos.
Por Fanny Díaz
Fuentes
Amos Oz, Mi querido Mijael, Siruela, Madrid 2007.