En este lugar donde trabajamos tres turnos de noventa mujeres procesando paquetes de compras por internet hay sobre todo jóvenes, que acaban de salir del ejército o que están pensando su futuro, y mujeres mayores, que ya no tienen muchas posibilidades de encontrar algo mejor. Las de edad intermedia somos una rareza que despierta preguntas en los grupos. De todas formas, no me incomoda. Llamar la atención es una de las pocas constantes en mi vida.
Lo bueno de estar en el medio es que puedo pasearme con libertad entre los grupos que hay aquí, y hay muchos: por edades, por etnicidad, por nacionalidad de origen, por ciudades. Cada grupo parece tener su manera propia de andar por la vida.
Las muchachas árabes son maternales y protectoras. Aun si tengo edad para ser su madre o quizás incluso su abuela, ellas se comportan como si fuera al revés. Una joven religiosa me advierte lo que hice mal y no entiendo. Creo que me reclama, con ese hebreo tan gutural, pero al instante me doy cuenta de que quiere protegerme de posibles reprimendas. Le pido disculpas, mil veces, y ella tan protectora me da un abrazo tímido.
La mayoría de quienes trabajamos aquí somos israelíes, aunque hayamos nacido en cualquier otro sitio. Incluso muchas jóvenes árabes son también israelíes. Pero hay un grupo de muchachas relajadas y risueñas que todos llamamos israelíes, básicamente porque nacieron aquí y porque no están interesadas en ninguna otra identidad. Suelen tener un sentido del humor negro, negrísimo, y hacer bromas hasta del sucio del baño. Saben que su paso por este lugar es solo eso, temporal, y hay que tomárselo a broma.
Acaban de salir del ejército. Vienen en grupo a trabajar para ahorrar para el viaje post servicio militar. Unas se irán a Tailandia. Otras se irán a Suramérica, y cuando descubren que hablo español ya nunca más querrán hablar conmigo en hebreo. Al final hacemos un trato: un rato hablamos hebreo y otro rato les enseño español. La mayoría han aprendido lo básico con las telenovelas. Practicamos un español de ningún lado, que junto a los diálogos de guion quizás nadie vaya a entender en las calles de Bogotá, Quito o Buenos Aires. Durante los meses de confinamiento pienso en ellas a menudo: ahora tendrán que quedarse sin su viaje.
Entre las muchachas israelíes, que vienen en todos los colores y formas, hay algunas que se identifican como etíopes. Si bien muchas de estas chicas han nacido en Israel, ellas se ven a sí mismas como etíopes. Por alguna razón, la mayoría no están interesadas en hablar con nadie. Muchas están pegadas al teléfono desde que llegan hasta que se van. Pueden trabajar y hablar por teléfono con toda la tranquilidad del mundo, sin equivocarse. Ellas son de las más rápidas, aunque no tanto como las rusas.
Las rusas, como todo el mundo dice, son las más bellas, las mejor vestidas y las más rápidas y aplicadas. Tienen un extraño apego y lealtad al trabajo. Y también un filo de competitividad que a veces raya en lo aterrador. Con frecuencia se quedan a trabajar también durante los recesos para practicar la velocidad. Hacen competencias entre ellas y se impacientan si les toca alguien lento, como yo, en la misma estación de trabajo.
Hay algunas latinoamericanas, pero somos pocas. Para trabajar en ese lugar hay que, primero que nada, no tomarse la vida tan en serio, cosa que –me temo– es casi imposible para una latinoamericana. Por supuesto, también hay que saber leer hebreo o tener una buena intuición del idioma, como las rusas, que aunque no puedan sostener una conversación en hebreo, son totalmente capaces de salir al paso con los códigos y las calles en hebreo. ¿Cómo lo hacen? Quizás tengan una intuición particular o quizás ese idioma tan elaborado que hablan las capacita para habérselas con cualquier otra lengua.
El grupo de mujeres mayores hacen los trabajos más tediosos, como ordenar sobres devueltos. La mayoría de ellas están en edad de retiro, así que solo pueden trabajar jornadas parciales, pero siempre hay una razón para continuar trabajando.
Y finalmente está un grupo que cumple condena por delitos menores o accidentes de tránsito fatales. En lugar de ir a la cárcel deben trabajar cierto número de horas diarias en este lugar. Hay algo ambiguo en sus días, y se nota. A pesar de lo duro de la jornada, cada día trabajado disminuye el número de horas que deben pasar aquí. Cada día es un paso a la libertad. Algunas se sientan juntas, aun sin haberse conocido previamente.
Uno de esos días me toca sentarme frente a ellas a la hora del almuerzo. “Y tú –me pregunta una– ¿qué delito cometiste?”. Al principio no entiendo la pregunta, luego caigo en cuenta de quiénes son. “Eso quisiera saber yo”, contesto.
Por Fanny Díaz
Un estudio de una observación penetrante sobre la naturaleza femenina, enmarcado en un escenario muy interesante, donde se plantean conceptos sobre consumismo, sobrevivencia urbana, y se muestra una gran variedad de biotipos genéticos y culturales.
En las profundas reflexiones filosóficas, ocultas en la sencillez del discurso, que se refiere a hechos y circunstancias cotidianas y habituales, combinas tu experiencia personal con el momento histórico colectivo universal que transitamos y, como narrador, te pones en el lugar del lector. Esto induce en el lector conciencia del entorno personal propio. Y como todo tu trabajo, se convierte en algo muy íntimo entre tu lector, y tu el escritor. Es muy bueno ser tu lector y ser tu amigo.
Querido Oswaldo, qué análisis tan maravilloso has hecho, no solo de mi texto sino también de mi trabajo en general. Estoy muy agradecida con esta mirada, porque me revela que la manera en que abordo la escritura me conecta con el lector de la manera que deseo. Es eso precisamente lo busco, que el lector mire a su alrededor, que descubra la maravilla de lo aparentemente intrascendente. Me has dado un reglao. Es muy bueno que seas mi lector y mi amigo 💚
Fanny, me encantó conocer ese lugar tan lleno de matices, a través de tus palabras. Una degustación de la idiosincracia de varias culturas, unidas por hilos generacionales en un contexto afín a todas.
¡Gracias por el paseo!
Sabina, ¡qué buena descripción de este texto! Era uno de mis objetivos: mostrar cuán humanos somos todos. ¡Gracias a ti por la visita!