
Mostrarse vulnerable es una de las situaciones más difíciles y embarazosas que puedes vivir cuando se ha crecido en una cultura del éxito y de “los de alante corren mucho y los de atrás se quedarán, se quedarán, se quedarán”. Especialmente ahora, que los códigos han cambiado, y mostrarse vulnerable puede llegar a ser más bien una manera de adscribirse al movimiento de victimismo y de “yo soy más sufrido que tú” que nos invade. Encontrar el punto medio se hace cada vez más difícil en un mundo de extremos.
Mostrarse es exponerse. Y como en toda exposición, hay una curaduría. Por eso, mostrarse de verdad es casi siempre un ejercicio de dudosa honestidad, porque sabemos que miramos el mundo desde cierta perspectiva y nos mostramos a los demás a través de ese cristal, tras un cierto trabajo de “edición”. Incluso cuando estallamos, en sollozos o gritos, lo mismo da, nos rebelamos o revelamos, hay razones tras eso. Muchas veces hay incluso una estrategia. Casi nunca sucede de un día para otro, casi nunca es gratuito. No somos libres de mostrarnos, porque necesitamos al otro para eso. El otro que está ahí para darle sentido a lo que ve, porque eso es humano. Interpretamos, traducimos a nuestro código personal lo que vemos. Luego puede ser que cambiemos de idea, pero siempre hay una primera impresión.
¿Para qué “mostrar el alma”? ¿Qué sentido tiene dejarnos salir? Hay siempre la posibilidad de que alguien tome la vulnerabilidad como queja, autocompasión o reproche a la vida. Hay que tener cuidado de a quién te muestras. Es un aprendizaje que te puede tomar media vida, o más. Quizás por eso, mientras algunos que pueden gritar más alto se desnudan en público, sin ningún pudor, otros nos escondemos. Pero no, no te escondas. Muéstrate como puedas, sabiendo que tanto tú como el otro harán la humana acción de escoger e interpretar lo que muestras.

En estos últimos tiempos me cuesta escribir. Casi nunca llego a tiempo con un texto con el que esté contenta. Quizás no hay mucho que decir o hay demasiado. Es posible que se hayan terminado las palabras. Que solo quede silencio. En todo caso, mi escritura se está despojando de abalorios.

La mujer camina silenciosamente entre las cuatro paredes. Sin esfuerzo alguno, el silencio se ha apoderado de sus pasos y gestos. Algunas veces podría confundírsela con un fantasma. Sus pasos casi imperceptibles anuncian que no lo es: es solo silencio. Una mujer, una persona silenciosa. Un ser que ama el silencio. Alguien que se ha rodeado de silencio.





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