Nos persiguen. Se nos meten, literalmente, por los ojos. Este cuenta que a sus 19 años ya puede retirarse y que está dispuesto a mostrarle el camino a otros no tan listos como él (no lo dice tan crudamente, no faltaba más, pero lo dice sin demasiados disimulos). Aquel muestra su casa de las mil y una noches en alguna isla paradisíaca, producto tangible de sus habilidades financieras, las cuales también pueden ser tuyas en un clic. Otro asegura que aun en las más terribles circunstancias ganarán los que hayan venido a vender pañuelos en vez de llorar. Y así, un interminable desfile de gurús financieros asaltan la pantalla, despliegan sus anuncios, intentan convencernos con historias de éxito.
El secreto del éxito, amigos míos, está guardado en sus talleres y manuales sobre cómo hacerse rico. Es el nuevo negocio, especialmente en estos tiempos de pandemia, encierro y miedo.
Y del otro lado, como reacción en cadena, aparecen los que intentan desenmascarar incluso a los más consagrados gurús. Ni siquiera los más vendidos se salvan del afán desencubridor de los nuevos gurús del antiguruísmo. No han dejado títere con cabeza, como se dice en castizo.
Son sectas, atacan. Hay que sospechar de todo el que use ciertas palabras, “mastermind group” por ejemplo. Hay que sospechar de los que dicen ser autores de libros superventas en Amazon. Uno de estos antigurús ha llegado incluso a publicar un libro en blanco para probar el punto. Y yo aquí, con ganas de formar un grupito para hablar de metas y proyectos, un mastermind group pues. Me entero de que si hago esto ya entraría a formar parte de los sospechosos, y se me quitan las ganas. ¿Lo peor? Uno siente que se está dejando lavar el cerebro por los gurús que prometen éxito en un clic y además por los antigurús. Yo también quiero vivir de internet. Yo también quiero vivir en internet. ¿Y tú?
Es cierto, hay una hueste de embaucadores, o al menos vendedores de sueños, haciéndose ricos a costa de los que sueñan. Hay un ejército de ellos vendiendo talleres y manuales sobre cómo hacerse millonario desde casa, sin mostrar ningún negocio exitoso que avale su conocimiento. Hay quienes son más comedidos y ofrecen “simplemente” un buen ingreso, y aclaran que no será tan fácil pero “cualquiera puede hacerlo, incluso los mayores de 50”, como dice nuestro joven de 19 (ignora el edadismo de ese eslogan de venta).
Pero todo eso no quiere decir de ninguna manera que cualquiera que intente enseñar a hacer negocios a través de internet es un timador, o que internet no sea un buen sitio para hacer negocios. A menos que uno crea, claro está, que la palabra negocio ya es en sí misma una mala palabra. No hablo de volverse rico o poder comprarse la casa de Tai Lopez. Hay gente que hace ya rato vende sus obras, servicios, consejos, consultas a través de internet. No es exotismo, no es trampa. Hace ya treinta años que la red entró a nuestras casas, simplemente la estamos usando.
Si los gurús son una plaga, los antigurús no lo son menos. Porque la mayoría juegan con el cinismo y el escepticismo contemporáneos. Juegan con esa idea de que inspirar a otros no es un trabajo. De que uno no debe ir tras los sueños porque el asunto se ha convertido en un mercado. ¿Es la nueva excusa? ¿O se trata de otra estrategia de mercado tan rentable como vender talleres y enviar el libro gratis para luego perseguir a los incautos hasta la pesadilla?
Me parecen groseros los dos extremos. Me parece grosero que la gente gane dinero a costa de la confianza de la gente. Es verdad que hay que aprender de los que saben, pero primero hay que pedir que muestren los negocios en los que han triunfado, más allá del negocio mismo que es vender talleres de negocios.
Y no hay que olvidar que los antigurús son parte del negocio. Es un negocio dirigido a los escépticos, a los que creen que nada es posible, que nada está en nuestras manos. Tan escépticos, que ni siquiera creen en ellos mismos.
Estoy convencida de que cambiar de actitud y esperar lo mejor de cada experiencia, de cada aparente fracaso, es mucho más productivo, a cualquier plazo de tiempo que le pongas, que esperar siempre lo peor. O interpretar cualquier caída como el fin de todo. O, peor que peor, el peorcísimo de todos los escenarios, nunca tomar ningún riesgo. Me parece bien que alguien decida quedarse en ese trabajo donde no se siente apreciado, y con el sueldo más bajo que puede pagársele, solo porque tiene miedo o le parece cómodo. Pero entonces que asuma su barranco, que dé la cara, que llame al miedo por su nombre, que no lo disfrace de posición filosófica.
Así que no me vengas a vender tu libro de cómo hacerse millonario de la noche a la mañana, no te hagas llamar emprendedor cuando el único negocio que has hecho es vender pompas de negocios. Pero tampoco me vendas el video desenmascarando a los estafadores sin darme valor agregado, sin decirme qué puede hacerse. Solo porque acabas de descubrir la palabra nihilismo.
Invertir en ti mismo no es una mentira. Darse a conocer tampoco. Ser un influencer que vende humo es un timo; influenciar a otros para que se atrevan a ir por sus sueños, levantar los ánimos cuando todo alrededor parece estar cayéndose, no lo es.
Trabajar en ti mismo y conocerte no es una moda o tendencia de mercado; es un mandato de la vida. Ha sido el tema central de muchas filosofías y religiones, no por casualidad. Personalmente creo que es el único sentido que tiene la vida, la única razón por la que vale la pena seguir aquí.
Yo lanzo mi candidatura a gurú con una fórmula para ir llevando la vida: sé creativo, sé valiente, sé inspirador. Si no puedes decir nada que levante las ganas de seguir, por favor, como le diría un rey a un aspirantico a dictador, “¿Por qué no te callas?”.
Por Fanny Díaz
Sorprendido no, encantado con tu escritura, siempre. Tu disertación; incisiva, aguda, lúcida y acertada. Nos llega justo cuando he encontrado en las redes ofertas de master class, de reconocidas figuras, que parecen haber presentido la necesidad de lo que propones. Ajustado esto a tu hábito de ofrecer soluciones a lo que planteas, y no solo a exponer un problema. Entre estas eminencias he encontrado a las mismísimas Anna Wintour, laureada y consagrada diseñadora de moda y editora jefe de Vogue y la no menos famosa Hellen Mirren, renombrada y galardonada actriz, cada una ofreciendo cursos y talleres online sobre sus propias especialidades, demostrando así lo que tu precisas como una necesidad; enseñanzas sustentadas en la contundencia de su éxito, y respaldadas con la exploración de los resultados de sus logros. Gracias mi bella amiga por darnos tan profundas reflexiones.
Gracias querido amigo por tu reflexión. MasterClass es una página particular en ese aspecto. Es uno de los grandes aciertos de cursos online. A mí me preocupa el daño que pueden hacer los gurús de negocios y también los antigurús. Me parece que este texto quedó un poco agresivo pero no queda otra 😬 De paso, estoy ahorrando para inscribirme en MasterClass.
Gracias por el honor de tu visita