Hasta donde sé, en español no existe una palabra para definir exactamente la acción que en inglés se conoce como namedropping. En Venezuela solía usarse la expresión “echársela”, pero no necesariamente tenía relación con nombres famosos soltados como al descuido, sino que también era usado para hablar de cualquier cosa que uno considerara digno de presumirse.
A ver, namedropping no es una actividad muy refinada, ni aconsejable si uno quiere que lo tomen en serio, pero tiene algo de reconfortante eso de regodearse en los nombres ilustres con los que uno se ha codeado (¡qué palabra, ya de por sí muy presuntuosa!), sean realmente amigos, verdad a medias, o simple fantasía.
Namedropping es un arte y algunas veces una ciencia. Hay que saber cómo y cuándo usarlo, o para qué. En el fondo admiro a quienes se atreven a recontar los encuentros familiares con un ahora famosísimo cuando aquel no era más que un vecino con ambiciones. Yo quiero ser tan refinadilla ella que hasta me da pudor hablar de mis amigos famosones. Es lo malo de tener amigos así. Uno no puede referirse a ellos como lo que son, panas, parces. Gente normal que hace cosas extraordinarias y que por pura buena suerte nos han tocado de amigos.
Una de las peores cosas de ser inmigrante es perder las referencias. Debes probar de dónde vienes a cada paso que das. Como si no tuvieras pasado. Y no se trata de dejar a un lado la famosa reinvención, sino más bien de recordar que la vida no comenzó el día que agarraste la maleta.
Entonces están los amigos, nuevos y viejos. No puedes decir que tu alguna vez compañero de andanzas es hoy un famoso director de cine neoyorquino. Qué va. ¿Por qué trabajas de cuidadora de niños si pudieras estar con tu amigote en los Niuyores? Cómo explicártelo… que mi viejo amigo sea famoso no quiere decir que pueda darme trabajo y que con eso pueda pagarme vivir en Nueva York. ¿Me explico? Pero sí, chico, aquí donde me ves conozco y tengo amigos famosos. ¡Menuda namedropper!
Aun así, algunos días me da por hablar de mis amigos, no porque sean famosos, sino porque hacen cosas que admiro. Aquella escritora que publicó un nuevo libro, la chica que tiene una cuenta con miles de seguidores en Instagram, la periodista que recibe premios, el médico que ahora es director de un hospital en Estados Unidos. ¿No tengo derecho a hablar de mis amigos? Me da la gana de hablar de ellos porque sí, porque para eso son mis amigos, o quizás porque lo que hacen me da fuerza.
Otros días, cuando me siento de perfil bajo, un poco desinflada, si escucho nombrar a un músico que ahora es un famoso director musical de una todavía más famosa cantante solo puedo atinar a decir: “Sí, he escuchado hablar de él”.
Debería ser al contrario. Que cuando andas de bajón te dé por inspirarte, pero los humanos somos así de contradictorios.
¿Y qué decir de los nuevos extraordinarios amigotes que uno se va creando por ahí? Que también hacen cosas fantásticas, aunque algunos no sean tan famosos, ni nadie les reconozca sus acciones. ¿También sería namedropping hablar de ellos?
Ser un namedropper algunas veces es ser uno mismo. ¡Qué cosas!, como diría una de mis amigotas famositas.
A ver si la RAE, a la que tanto le gusta jugar con palabras, encuentra pronto una palabra en español para que al mote de namedropper no se le agregue el de esnob.