Una buena amiga enrolada desde España en un maratón (o como quiera que la expresión binge watching se traduzca al español) de Shtisel me pregunta si Israel es como se ve ahí. Pienso un poco. Sí y no, contesto, usando una expresión muy común en Israel. Una expresión que, me doy cuenta de repente, revela la omnipresente ambivalencia que atraviesa a la sociedad israelí.
Cinco años después de la aparición de esta serie en Israel, la magia globalizadora de Netflix parece haberle abierto al mundo una ventana de la sociedad israelí a través de Shtisel.
Sí y no. Por supuesto, Shtisel es ficción. Es ni más ni menos un culebrón en la más rancia tradición de Delia Fiallo, sólo que con personajes pertenecientes a un grupo muy particular. Espero que en esta tierra un tanto calamitosa por sí misma no haya una familia tan acontecida como esa. Luego, hay gente que vive exactamente así, aunque usted no lo crea, pero es en realidad un ínfimo porcentaje de la más bien secular sociedad israelí. Yo personalmente pienso que la religión permea toda la sociedad israelí, incluso aquellos sectores que se creen antirreligiosos. Pero esa es otra discusión.
Creo que a casi todos en Israel el éxito global de Shtisel nos ha agarrado desprevenidos. Acabo de leer un post en Facebook de alguien que dice que la serie es el mejor lobby que haya podido hacer este grupo. Les ha humanizado la cara. No pude determinar si lo decía en plan de crítica o si, por el contrario, le parecía razonable que al fin se les tratara como seres humanos y no como una cierta mancha en la ultramoderna sociedad israelí contemporánea.
Con numerosas variantes, hay mucha gente que de alguna manera vive su día a día como un Shtisel. Yo, por ejemplo. Rezo todos los días y digo una bendición antes de cada alimento (una que corresponde específicamente a cada tipo de alimento, habría que aclarar). Me visto de cierta manera. Apago el teléfono en Shabat y unas cuantas cosas más. Y no me considero a mí misma religiosa. Cuando me preguntan si lo soy, contesto: “Soy shoméret mitzvot”; simplemente alguien que cumple (o intenta cumplir, sería mejor decir) los preceptos.
Por eso me parece fascinante el personaje de Akiva. Alguien que no se aleja de sus creencias pero tampoco está dispuesto a renunciar a su individualidad. Alguien que se mantiene en la cuerda floja, tratando de guardar el equilibrio entre el ser y el que se supone debería ser. O con no poca frecuencia, el que quisiera ser. Muchos somos Akiva.
Una gran porción de la sociedad israelí desprecia a los judíos religiosos. No importa qué grupo. (Sí, hay tantos tipos de judíos religiosos que, aunque deseable, no sería posible hacerles su Shtisel.) No pocos israelíes creen a pie juntillas que la mayor parte de sus impuestos va a las casas de estudios –yeshivá, en singular; yeshivot, en plural–, donde hombrecitos vestidos de negro se sientan todo el día a estudiar libros que ya nada tienen que decirnos en el siglo XXI. En Shtisel, efectivamente, la mayoría gravita en torno a los trabajos relacionados con la religión, o de baja calificación. Pero habría que aclarar que cada vez hay más y más religiosos, especialmente mujeres, que trabajan en oficios de alto nivel. Hay incluso una piloto que fue noticia unos años atrás, precisamente por ser ultraortodoxa (¡vaya manera de minimizarla!).
Lo que Shtisel ha hecho por los judíos religiosos de cualquier denominación es “revelar” que son seres humanos simples, con dudas, con pasiones, con caídas. Que habrá algunos que jamás dudan, pero esos son pocos. La mayoría son simplemente humanos tratando de guardar el equilibrio en la cuerda floja. Si tuviéramos que ponerle un título en español a este culebrón sería “Los judíos religiosos también lloran”.
Sí, Israel es y no es como se muestra en Shtisel. Hay más, mucho más, incluyendo muchos tipos de Shtisel, y eso me parece muy bien. No solo que aún existan Shtisel de diversos matices, sino que haya un culebrón que los muestre sin anatemizarlos.
Pd. Sobre el tema del shiduj (emparejamiento), tan repetido en la serie, escribí algo años atrás: