Hoy finalizan 21 días de ayuno financiero, tres semanas de ejercer la decisión consciente de gastar solo en las necesidades básicas. La palabra ‘ayuno’ no suele relacionarse con dinero. Al contrario, está claramente ligada a lo religioso, tal como la define el diccionario: “Manera de mortificación por precepto eclesiástico o por devoción”. Me parece, sin embargo, que no hay nada menos espiritual que olvidarse de cuidar las finanzas, quizás el recurso que mejor garantiza nuestro bienestar general. Por algo los abuelos decían que amor con hambre no dura, ni siquiera el amor al cielo.
El concepto de ayuno financiero pertenece a Michelle Singletary, una columnista del Washington Post que desde 2008 predica las bondades de su método de educación financiera. ‘Predica’ no es una palabra al azar. Singletary comenzó su cruzada financiera en una iglesia bautista, en el estado de Maryland, Estados Unidos. De ahí el sesgo religioso.
El principio parece sencillo: eliminar por tres semanas todo gasto que no corresponda a comida, medicinas y pagos mensuales ineludibles, como alquiler y servicios. Hay algunos otros requisitos adicionales, que resultan los más difíciles de cumplir, al menos para mí. Se prohibe el uso de tarjetas de crédito o débito, la compra de regalos y cualquier regodeo en el consumismo, como mirar vitrinas e incluso preguntar precios para cuando el ayuno haya terminado.
Debo admitir que no pude cumplir a cabalidad con este mi segundo ayuno financiero. Hice tres compras no permitidas, no pude dejar de usar la tarjeta de crédito porque me hace sentir cosmopolita y ni hablar de renunciar a mirar vitrinas. Tuve más éxito que en el primero, pero todavía estoy lejos de poder cumplir siquiera con una de las reglas.
A pesar de todo, tuve dos logros sustantivos: darme cuenta de lo compradora compulsiva que puedo llegar a ser y ejercer un poco de voluntad para no hacer pequeños gastos que pueden llegar a sumar cantidades respetables. Por ejemplo, un café de 12 shékels diarios (cerca de cuatro dólares), que parece una cantidad nimia, puede acumular mensualmente alrededor de 300 shékels. El asunto no es volverse miserable, pero no está nada mal vigilar adónde va ese dinero que a final de mes no aparece por ningún lado.
Alguien diría que no necesita de esta experiencia un tanto extrema, porque la crisis económica lo tiene en ayuno financiero perpetuo. Yo creo que tener conciencia de la situación personal es insustituible para tomar cualquier medida. Y además creo que cuando uno está en una situación económica delicada tiene cierta tendencia a la autoindulgencia, a “darse un gustico de vez en cuando”, como decimos en Venezuela. Solo que el “de vez en cuando” puede llegar a repetirse con más frecuencia de lo aconsejado, a costa del endeudamiento.
También creo que, como le sucede a quienes ganan repentinamente un premio grande de lotería, quienes sufren restricciones económicas tienden a gastar más de lo debido cuando entra el dinero, como compensación. Tengo la impresión de que la mayoría nos comportamos como nuevos ricos cada vez que recibimos un pago. De eso se trata, para mí, este régimen de tres semanas. Disciplina, conocimiento de uno mismo y manejo de las debilidades financieras personales. Nada que no valga 21 días de restricción consciente.
Fanny Díaz
No veo la fecha en la que este post fue publicado, pero creo que llevo unos cinco meses de ayuno y lo primero que haré cuando pase este terremoto es darme unos cuantos lujos.
Es un post bastante viejo, de 2012. ¿Tu ayuno ha sido una decisión o producto de las circunstancias? Este ayuno financiero es una decisión, muy consciente, y por eso se aprende tanto. Lo primero que se aprende es disciplina y toma de decisiones. De todas formas, creo que aprendemos de cualquier situación. ¡Suerte con ese aprendizaje! ¡Gracias por la visita!