
Siempre he pensado que el personaje más humano de Cien años de soledad es Petra Cotes. Aquella mujer enseñó a un muchacho a ser hombre, lo acompañó en la escasez y le propició fortuna, toleró su matrimonio y esperó con paciencia el seguro regreso. Y aun después de que ya nada la debía unir al destino de una familia ajena, veló por su bienestar a expensas del propio.
Nunca he podido decidir si Petra Cotes me resulta complaciente o apasionada. Poco importa. Probablemente era a ratos complaciente, otras veces apasionada, y con más frecuencia «buena gente», ese epíteto que tanto nos gusta para describir a los que carecen de voluntad para hacerse valer. Con seguridad era también un poco soberbia. Para adelantarse a la voluntad del otro, para hacer favores que no te han pedido –esa magnanimidad desbordada que fascina o espanta–, para decidir que el otro te necesita, tienes que creer que estás en lo cierto. Una muy particular forma de arrogancia.
De todas formas, por todo eso es que me parece tan humana. Su grandeza está precisamente en esas debilidades y bajezas. Y supongo que Petra Cotes, a diferencia de mí, es humana porque se deja llevar por el alma. No pierde su tiempo en análisis ni vacilaciones. Pero, sobre todo, es humana porque vive en una novela y es la creación de alguien que quizás siempre soñó conocer (o tener) una mujer así.
Yo en cambio vivo en un pasadizo entre lo que quisiera dar y lo que efectivamente estoy dispuesta a dar. Supongo que como todo el mundo, solo que yo me lo tomo en serio, porque en verdad quisiera ser una Petra Cotes y vivir en una novela. Pero no una novela realista, por muy mágica que sea esa realidad, sino en una comedia. Podría incluso ser una comedia romántica, aunque preferiría que fuera de equivocaciones, divertidas y con mucha aventura.
Pero no soy Petra Cotes ni tengo su altruismo, porque fui creada «a imagen y semejanza» de un Dios a todas vistas imperfecto, si juzgamos por los resultados. Fui creada para ser un trabajo en proceso, el resto de la vida. Nunca me atrevería a adivinar al otro, ni a adelantarme a sus necesidades, ni mucho menos a hacer favores que no me han pedido, porque lo creo libre de crear mundos. Aunque no puedo negar que me gustaría que hablaran bien de mí y que me amaran por mi buen corazón. Son tan humana como Petra Cotes pero de otra manera, porque hay muchos caminos para serlo. Y claro que quisiera que, como Aureliano Segundo, alguien regresara a mí, sin explicaciones ni preguntas.
Porque al final todos queremos tener un refugio donde esconderse cuando las bombas caen. Tú no eres la excepción. Yo tampoco.
Por Fanny Díaz
Imágenes: estas ilustraciones fueron creadas con IA generada por canva.com
Y llegas a casa y hay alguien que espera, o aparenta esperar, que para el caso da lo mismo.






Replica a Fanny Díaz Cancelar la respuesta