Calculadora de amor

En el autobús un par de adolescentes jugaban con una aplicación llamada «Calculadora de amor». Por lo que pude ver (y mayormente intuir), no es una cosa tipo Tinder para adolescentes, sino realmente un juego. Metes tus gustos y luego los del otro y la aplicación te da el grado de compatibilidad entre ambos. Ellas reían con los distintos resultados, comentaban lo divertido que sería si esto fuera real, repetían la acción una y otra vez y reían de nuevo con más ganas. Digamos que el término compatibilidad es un tanto grandilocuente para una acción que solo busca divertir a quien la realiza. Al final nadie sabe cuán capaz es de «funcionar o coexistir con alguien o algo» hasta que lo vive. Y menos todavía cuando se es tan joven. Pero se entiende la idea de querer saber cuán adecuado es alguien o algo para la persona que eres o quieres llegar a ser.

De todos modos, pensé que me hubiera gustado tener una aplicación como esa cuando era adolescente. Una versión bien testeada y con el mínimo porcentaje de posibilidades de falla, de más está decir. No solo para medir la compatibilidad con muchachos, que buena falta me hizo, sino sobre todo para los sueños y metas.

Una calculadora que me confrontara conmigo misma y me dijera claramente, sin complacencias ni dobleces, que aquello que pensaba que era ideal para mí, no era compatible conmigo. Hubiera querido una aplicación adulta que me diera un chancletazo en la cabeza para que me centrara en las cosas para las que sí tenía potencial y dejara de perder el tiempo en aquellas que en la práctica eran solo caprichos de gente, como diría Francisco García Pavón, «con cara de creer que iba a vivir un siglo».

Y a pesar del tiempo transcurrido entre mi adolescencia y hoy, precisamente hoy, es posible que todavía necesite una calculadora de amor. Por ejemplo, para decirme que ciertas acciones son incompatibles con el yo que quiero ser. Y más aún, lo que necesito hacer para convertirme en la persona que deseo ser. No quiero que me diga que ya soy la persona que debería ser y que soy perfecta como soy. Esa manera facilista de ver la vida es uno de los dolores de nuestra contemporaneidad.

Aceptarte y quererte no implica de ninguna manera cegarte para no seguir evolucionando. Como cuando estás enamorado, sabes que esa persona no es perfecta pero aun así la amas y la aceptas tal cual es. No la quieres cambiar. La diferencia es que no estás enamorado de ti mismo y además siempre puedes y deberías querer transformarte. Y esa calculadora te dice qué cosas tienes que cambiar para ser totalmente compatible con el yo siempre en perfección que deseas ser o que ya eres.

Fanny Díaz

Corrección de texto:
Alicia Martínez-Roughton