Hoy, cuando todavía en muchos lugares del planeta la libertad individual es solo una aspiración, y en bastante otros se encuentra en peligro de retroceder, se nos vuelve imperioso calibrar lo que tenemos. A fuerza de retar las convenciones, de derrotar el constreñimiento, se nos ha escapado la relatividad de los significados. Nos hemos instalado en el cómodo sitial de la provocación tolerada. Ser anticonvencional se volvió convencional. ¿O quizás sea al contrario?
La vida desde aquí
Por alguna razón que se me escapa, YouTube se empeña en recomendarme canales contra lo políticamente correcto, la lucha contra la transexualidad, la transexual antitransexual y antifeminista, el gay profamilia. No logro determinar si los algoritmos han detectado en mí una tendencia que aún desconozco, o si simplemente mi conservadurismo los ha confundido.
Hasta ahora ser conservador me había parecido una posición mediadora frente a los excesos de la progresía. En estos tiempos –y no había tomado plena conciencia de ello hasta hoy–, sin embargo, me obsesiona la idea de encontrar un punto medio. Me incomoda la polarización, que más bien parece bipolaridad. Le tengo miedo a las medianías, a las tibiezas, pero más miedo le tengo a esa gente apuntándose unos a los otros, o a la expectativa de que tomemos partido por un bando.
Y además me doy cuenta de cómo cambian los contextos y cómo uno está obligado a no ignorar el entorno.
Hace algunos años me sentía hasta cierto punto orgullosa de ser considerada una conservadora. Me parecía que el “anticonvencionalismo” y lo políticamente correcto había ganado tanto terreno que ya la más pequeña de las minorías, el individuo, había sido echada a un lado. Y aún lo sigo creyendo, pero hay algunos cambios.
Aquellos eran tiempos en que los progres o mamertos o izquierda caviar habían tomado toda tribuna para acallar y matonear a cualquiera que mostrara el más mínimo indicio de no coincidir con su ideología, o aun con su manera de imponerla. Bajo aquel lema de “ser intolerante con la intolerancia” eran, y aún siguen siéndolo, sin ninguna duda, los adalides de la intolerancia. Pero el tiempo ha pasado y los “conservadores” han tomado las redes y cualquier otro medio para contraatacar. Y no solo lo están haciendo de manera inmisericorde, sino que además han comenzado a defender posiciones claramente retrógradas.
Y peor todavía, los algoritmos se han aliado para que no haya moderación posible. En fin… Digamos, por ejemplo, que la idea de los niños transgéneros te parece un extremo temerario –que es mi caso, lo admito sin rubor–. Porque, me pregunto, ¿qué pasaría si llegada la adolescencia aquel niño que parecía muy seguro de estar en un cuerpo equivocado, de pronto, como suele sucederle a cualquier adolescente, se encuentra dudando de su identidad, o simplemente cambia de parecer? (Antes de continuar –y para evitar polémicas– quisiera aclarar que no tengo ninguna reserva contra los adultos trans. Asumo que cada uno de ellos tomó una decisión autónoma, como cualquier otra decisión que alguien maduro pueda tomar.) Digamos entonces que sientes curiosidad por el tema y comienzas a investigar. Pero YouTube entiende que hay algo más que curiosidad; en verdad odias a los trans, a todos. Entonces comienza a bombardearte con cuanto material antitrans encuentran sus arañas.
Encuentro con la nueva derecha
Y el asunto no para ahí. Como una curiosidad nunca es aislada, según esta concepción –porque la inteligencia artificial todavía no parece saber de matices, al igual que las huestes extremistas–, comenzarán a presentarte la gran gama del contraataque antiprogre. Así descubrí que hay un gran movimiento de reacción: la nueva derecha se hace llamar una buena parte. El resto, no he podido averiguar.
A la ola antitrans le siguió el frente antigay y luego un politólogo argentino que adscribe el feminismo de cuarta ola (wtf! Sí, ¡hay una cuarta ola de feminismo y yo sin enterarme!) al marxismo, cuyo libro aparentemente es un superventas en Amazon. Lo más llamativo son sus reiteradas referencias a ciertas posiciones del llamado paleoconservadurismo. Tras este encuentro me topé con una filósofa argentina, defensora de algo que parecía antifeminismo rabioso y resultó llamarse feminismo científico. Este curioso personaje, sin embargo, no parece pertenecer al grupo anterior, pues a la par defiende los dudosos logros del régimen cubano.
Un canal que insta a defender lo políticamente incorrecto me presentó al héroe de esta tendencia, el gran Ben Shapiro, con un análisis del concepto de interseccionalidad, para concluir que todo movimiento de defensa de las minorías es en verdad victimista. Vivimos en un mundo perfecto y cualquiera que tenga la osadía de decir lo contrario es solo un victimista.
Hay otras subtendencias de esta ola, como el llamado a no ayudar las causas africanas, negar el cambio climático, abogar porque las mujeres quemen los maletines, literalmente. Y algunas menos tendenciosas y más pintorescas: los Better Bachelor (Mejor Soltero), claramente misóginos, que intentan desenmascarar los poco realistas estándares de las mujeres contemporáneas, léase feministas de clóset; los gordofóbicos, en contraposición a la defensa del sobrepeso mórbido, mejor conocido como body positivity; hasta llegar al rescate de la virginidad –afortunadamente, para ambos géneros, eso sí– como valor de nobleza. Y por fortuna hay alguna gente más ecuánime, como Un Tío Blanco Hetero, con el que simpatizo con cierta frecuencia.
Lo políticamente correcto ciertamente puede llegar a aberraciones, como el uso de “nosotres” para ser “inclusivos”… mejor ni detenernos en esto. Pero abogar por una vuelta al lenguaje abiertamente irrespetuoso y destructivo ya es ir un paso demasiado lejos. Y lo peor, de uno y otro lado se siguen sumando causas sin ningún vínculo entre sí, solo para llevarse la contraria y ver quién tiene más poder de ¿arrastre?
En mi caso particular me toca de primera mano, porque los venezolanos se han convertido en unos de los cabecillas de esta nueva tendencia. Como natural reacción a la tragedia de que Venezuela se haya transformado en el patio de cuanto progre perdido anda por este mundo, los venezolanos son ahora el fantasma retrógrado que recorre no solo Europa, sino los cinco continentes y más.
Como “argumento” contra Black Lives Matter, alguien comenta que ahora todo el mundo quiere mostrar que tiene un amigo negro. Afirmación espeluznante en un país mestizo como Venezuela. Yo, por ejemplo, no necesito ningún amigo negro: con mirarme al espejo me basta. Y la lista de ejemplos podría ser infinita.
Creo que en verdad se nos ha escapado la relatividad de los significados. Estamos en peligro de volver a la quema de brujas y a una nueva inquisición a nombre de… no sé de qué realmente. ¿Puritanismo? ¿Antiliberalismo? ¿Desfachatizmo? (no, esa palabra no existe en español).
Por eso, me digo, uno no debería andar por la vida adscribiéndose a nada, ni poniéndose etiquetas. No vaya a ser que, como dicen los ancianos sabios chinos, se te cumpla. ¿Será posible encontrar un nuevo valor que rescate la moderación y el respeto? ¿O solo nos queda el vacío? Oy, ¿no será más bien que yo no tengo claro ni con qué pie me levanté esta mañana?
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