Fannydades ~ Blogzine mensual

Sobre lo intrascendente

Sin asunto

Probablemente nunca como hoy fue tan cierto aquello de que “el mundo es un pañuelo”. En apenas algo más de una década, el planeta se ha encogido hasta convertirse en un vecindario. La ocurrencia de alguien en algún rincón antes inimaginable atraviesa el mundo traducido desde y en las más diversas lenguas, arma un pequeño polvorín o pasa sin pena ni gloria, y pronto se convierte en olvido o leyenda, para dar lugar a una nueva, o regresar después de un tiempo. Y así vamos, de una cadena en otra, porque la imaginación, el ocio y el humor de nuestros vecinos no parece agotarse.

Las cadenas abarrotan los buzones de cualquiera que tenga una dirección de correo electrónico y un amigo, es decir, más de media humanidad. Las hay para todos los gustos y necesidades, y de los más variados alcances. En la tendencia digamos “existencial” la oferta es nutrida y tan ecuménica como exigen los tiempos: desde el poder de una oración al ángel de la guarda hasta el mantra tibetano, pasando por una plegaria presuntamente enviada por un piadoso rabino desde las cuevas de Qumrán. Sólo basta reenviarla a la lista de desprevenidos amigos para que uno de esos milagros sea nuestro. De lo que nunca he podido estar segura es de si el milagro se cumple aun cuando los pacientes miembros de nuestra lista decidan que ya tienen suficiente (cadenas, milagros y demás etcéteras).

Las hay enternecedoras, ésas que uno lee con una sonrisa y termina reenviándoselas a la tía jubilada a la que le sobra tiempo para leer cuanta cosa entra a su buzón; pero también perversas, como aquella que mantuvo en vilo a una buena amiga rebelde a las cadenas. Las instrucciones advertían que quien osara interrumpir el reenvío se exponía a las más nefastas consecuencias, e incluso la muerte en los próximos cinco días. Determinada a seguir su convicción de no reenviar cadenas, y por supuesto racionalmente convencida de lo absurdo de la condena, tiró el correo a la basura. Sin embargo, durante los próximos días, “por si acaso”, como en esas películas en las que el protagonista se entera de repente que sufre de una enfermedad terminal, la amotinada se dedicó a concluir montones de cosas para las que nunca había tenido tiempo. Un efecto colateral de las cadenas por fortuna apenas conocido por los jefes.

Otras son más bien insólitas, como aquella enviada por alguien que encontró un viejo anillo de matrimonio en una escalera del metro y pretendía devolvérselo a la dueña con ayuda de su lista de correos. Sin tener siquiera una pista de la historia tras el anillo, la cadena asumía que había una ancianita desesperada buscándolo en cada boca de metro, y que era nuestra misión dar con ella. Nunca supe cómo terminó el asunto.

Así que cada uno se defiende como puede, dependiendo del remitente. En particular si vienen de un ex novio dedicado a reenviar esos correos que se supone uno debería devolver a quien lo envió para mostrarle lo mucho que lo quiere, ante lo cual hay al menos dos opciones: si todavía a uno le interesa, habría que seguir las instrucciones; si no, es la ocasión perfecta para saborear el placer de ciberignorarlo, como seguro antes lo hicieron con uno.

Y como en todo, también en las cadenas hay best-séllers, aquellas que logran convertirse en leyendas; es lo que podría considerarse el folclore de la red. Duran años dando vueltas por ahí, arman escándalos en los que incluso puede llegar a involucrarse el FBI, para al final descubrirse que todo era un engaño bien urdido, un hoax. En este caso el único antídoto posible es cerciorarse bien antes de lanzarse a firmar peticiones contra los torturadores de los gaticos bonsái o el experimento de los genpets. No hay que darle la razón a los que dicen que los usuarios de la red han perdido toda idea de límite de la realidad, incluyendo el humor.

Por cierto, en estos días anda por ahí una cadena que insta a dejar de creer en las cadenas. Según ésta, nada de lo que se notifique por ese medio es verdad. De pronto se encuentra uno ante aquella paradoja griega de si creerle a alguien que se confiesa mentiroso. Lo más curioso es que la recibí precisamente de la persona más afecta a los reenvíos que conozco. A pesar de las quejas generalizadas, no creo que haya terminado todavía el reinado de las cadenas. Es la forma más rápida, barata y segura de decirle al vecindario que nos sentimos cómodos de vivir en un pañuelo, y que por favor, muchachos, nunca pierdan la chispa.

Fanny Díaz

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Esta entrada fue publicada en febrero 24, 2011 por en Uncategorized y etiquetada con , , .
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